Éste pertenecía a un ciudadano de nacionalidad italiana. No había visto en mi vida a su propietario y la situación en la que estaba metido empezaba a superar mi paciencia. Era incapaz de explicar el porqué de dicho fenómeno. Simplemente yo sacaba documentos a mansalva de mis bolsillos. Fue entonces cuando mi pareja se acordó de que mi documentación no estaba en mi habitación, sinó que ella se la había llevado al nuevo hogar de acogida. Sin hacer perder más tiempo al cartero le pedí que esperara otra vez.
Me lanzé a la carrera dentro de la nueva casa y delante de mi asombro, justo al cruzar la puerta, me encontré con una mesa bien preparada, trece sillas y muchísimos niños de entre 5 y 13 años correteando en dirección a sus respectivos asientos. Levanté la mirada por encima de la mesa y ví al padre de la família organizando el caos que había en lo que en inglés llaman hall". Al fondo, junto a los fogones, la madre de la casa terminaba el festín de bienvenida. Sin entender muy bien como me dirigí a las escaleras que se encontraban al final del "hall". Saludé con la mirada a la mujer, que con una sonrisa me correspondió y continué mi camino.
Subí las escaleras de madera de tres en tres, ayudandome de la barandilla. Una gota enorme de sudor resbaló por mi patilla. Alcanzé la habitación de matrimonio que nos habían habilitado y vi que en la esquina estaban todas mis cosas, y encima de todo estaba mi cartera. La abrí y encontré el deseado documento. Comprobé con una mirada fugaz que evidentemente me pertenecía y me apresuré a salir. Procuré saltar toda la escalera de un solo bote, pero me caí al suelo.
Allí, tirado, sintiendome observado por veintidós ojos intenté agarrarme a la barandilla para ayudarme a levantarme. Alargué y alargué el brazo, pero sin suerte. No había manera de alcanzar la maldita barandilla. Me esforzaba y miraba con impotencia como la barandilla se alejaba de mi. Todo empezó a hacerse más y más grande. Hasta que hubo un momento que no pude entender si todo se hacía grande o yo empetitecía. Todo resultaba tan molesto...
Y sudaba y sudaba... y todavía sudaba más. Perdía el mundo de vista y la maldita barandilla todavía estaba más lejos. Todo se desvanecía y me lloraban los ojos. Me sumía en una oscuridad sinfín.
Nunca pude alcanzar lo que me sujetaba a mi verdadera identidad.
Me lanzé a la carrera dentro de la nueva casa y delante de mi asombro, justo al cruzar la puerta, me encontré con una mesa bien preparada, trece sillas y muchísimos niños de entre 5 y 13 años correteando en dirección a sus respectivos asientos. Levanté la mirada por encima de la mesa y ví al padre de la família organizando el caos que había en lo que en inglés llaman hall". Al fondo, junto a los fogones, la madre de la casa terminaba el festín de bienvenida. Sin entender muy bien como me dirigí a las escaleras que se encontraban al final del "hall". Saludé con la mirada a la mujer, que con una sonrisa me correspondió y continué mi camino.
Subí las escaleras de madera de tres en tres, ayudandome de la barandilla. Una gota enorme de sudor resbaló por mi patilla. Alcanzé la habitación de matrimonio que nos habían habilitado y vi que en la esquina estaban todas mis cosas, y encima de todo estaba mi cartera. La abrí y encontré el deseado documento. Comprobé con una mirada fugaz que evidentemente me pertenecía y me apresuré a salir. Procuré saltar toda la escalera de un solo bote, pero me caí al suelo.
Allí, tirado, sintiendome observado por veintidós ojos intenté agarrarme a la barandilla para ayudarme a levantarme. Alargué y alargué el brazo, pero sin suerte. No había manera de alcanzar la maldita barandilla. Me esforzaba y miraba con impotencia como la barandilla se alejaba de mi. Todo empezó a hacerse más y más grande. Hasta que hubo un momento que no pude entender si todo se hacía grande o yo empetitecía. Todo resultaba tan molesto...
Y sudaba y sudaba... y todavía sudaba más. Perdía el mundo de vista y la maldita barandilla todavía estaba más lejos. Todo se desvanecía y me lloraban los ojos. Me sumía en una oscuridad sinfín.
Nunca pude alcanzar lo que me sujetaba a mi verdadera identidad.