dijous, 27 d’agost del 2009

- Sobre Acreditaciones Impropias II

Éste pertenecía a un ciudadano de nacionalidad italiana. No había visto en mi vida a su propietario y la situación en la que estaba metido empezaba a superar mi paciencia. Era incapaz de explicar el porqué de dicho fenómeno. Simplemente yo sacaba documentos a mansalva de mis bolsillos. Fue entonces cuando mi pareja se acordó de que mi documentación no estaba en mi habitación, sinó que ella se la había llevado al nuevo hogar de acogida. Sin hacer perder más tiempo al cartero le pedí que esperara otra vez.
Me lanzé a la carrera dentro de la nueva casa y delante de mi asombro, justo al cruzar la puerta, me encontré con una mesa bien preparada, trece sillas y muchísimos niños de entre 5 y 13 años correteando en dirección a sus respectivos asientos. Levanté la mirada por encima de la mesa y ví al padre de la família organizando el caos que había en lo que en inglés llaman hall". Al fondo, junto a los fogones, la madre de la casa terminaba el festín de bienvenida. Sin entender muy bien como me dirigí a las escaleras que se encontraban al final del "hall". Saludé con la mirada a la mujer, que con una sonrisa me correspondió y continué mi camino.
Subí las escaleras de madera de tres en tres, ayudandome de la barandilla. Una gota enorme de sudor resbaló por mi patilla. Alcanzé la habitación de matrimonio que nos habían habilitado y vi que en la esquina estaban todas mis cosas, y encima de todo estaba mi cartera. La abrí y encontré el deseado documento. Comprobé con una mirada fugaz que evidentemente me pertenecía y me apresuré a salir. Procuré saltar toda la escalera de un solo bote, pero me caí al suelo.

Allí, tirado, sintiendome observado por veintidós ojos intenté agarrarme a la barandilla para ayudarme a levantarme. Alargué y alargué el brazo, pero sin suerte. No había manera de alcanzar la maldita barandilla. Me esforzaba y miraba con impotencia como la barandilla se alejaba de mi. Todo empezó a hacerse más y más grande. Hasta que hubo un momento que no pude entender si todo se hacía grande o yo empetitecía. Todo resultaba tan molesto...
Y sudaba y sudaba... y todavía sudaba más. Perdía el mundo de vista y la maldita barandilla todavía estaba más lejos. Todo se desvanecía y me lloraban los ojos. Me sumía en una oscuridad sinfín.
Nunca pude alcanzar lo que me sujetaba a mi verdadera identidad.

- Sobre Temblorosos Días

Pese a todo no recordaba la dificultad para seguir adelante con aquella situación tan embarazosa. Todo iba muy rápido, pero en su corazón todo parecía suceder con una lentitud muy molesta. Su cuerpo temblaba siempre que abría la boca y esto hacía la situación todavía más y más incómoda. Aquella conversación era del todo vacía y carecía de interés por ambos lados, o eso es lo que le habría gustado que fuera.
Internamente se producía una situación paradójica. Su mente mantenía una férrea defensa en acoger la situación con frialdad, pero por el otro lado sus sentimientos no podían ceder a lo que antaño había sentido. Corría otra vez por sus venas con un ritmo implacable el recuerdo de todo lo vivido, los sueños que había tenido y las sensaciones que tan agradablemente volvían a su memoria. Quería romper con todo y lanzarse a un destino que no lo habría llevado a ninguna parte, pero que irrefrenablemente tenía ganas de volver a probar. Se sentía rechazado y ahuyentado como un oso junto a un nido de abejas molestas.

Había sido un día pasable. Otro día perro, pero en su consciencia no sentía culpa alguna, a diferencia de unos días atrás. Incluso el día había ido mejorando a medida que había avanzado. Había tenido tiempo para si mismo, para vagabundear por su piso e incluso hacer un poco de deporte antes de su comida.


Cerró los ojos y se durmió con un sabor agridulce en sus labios. El aire entraba, como cada noche, por su ventana y mecía las sábanas.